Cuando el alma se esconde… detrás de la falta de ganas

No es falta de ganas. Es exceso de peso. Y a veces, respirar ya es un acto de valentía.


El que siempre decía “mañana”


Mañana empezaba.
Mañana cambiaba.
Mañana se arreglaba.

Hoy… solo sobrevivía.
No por desidia.
Por miedo.

Porque si lo intentaba en serio…
¿y fallaba?
¿y no era suficiente?

Así que mejor posponer.
Así que mejor aplazar.
Así que mejor… nada.

Hasta que se hartó.
No del cansancio.
De sí mismo.

Y escribió una frase en la pared:

“No tengo que hacerlo perfecto.
Solo tengo que empezar.”

Y ese día, no cambió su vida.
Pero lavó los platos.
Y lloró.

Y a veces…
ese es el verdadero inicio.


La que dormía demasiado


O no dormía nada.
El tiempo no tenía forma.
Los días eran idénticos.

No podía concentrarse.
No podía crear.
No podía.

Y la llamaban floja.
Pero era duelo.
Era tristeza.
Era trauma congelado.

Hasta que un terapeuta le dijo:

“Tu cuerpo no está vago.
Está protegiéndose.”

Y se quebró.
Porque al fin alguien la entendía.

Hoy sigue cansada.
Pero ya no se odia.
Y eso le devolvió el deseo de moverse.


El que lo tenía todo, pero no sentía nada


No tenía excusas.
Trabajo bueno.
Salud buena.
Vida buena.

Y aun así, vacío.
Como si faltara algo que no sabía nombrar.

Intentaba motivarse.
Se decía frases.
Veía videos.
Se prometía que mañana haría algo distinto.
Nada.

Todo se sentía lejos.
Todo se sentía pesado.

Hasta que un amigo le preguntó:

“¿Hace cuánto no haces algo que te importa…
de verdad?”

Y no supo responder.
Porque había vivido cumpliendo,
pero no eligiendo.

Desde entonces, se pregunta menos “¿qué tengo que hacer?”
y más

“¿qué me haría sentir vivo?”

Y a veces,
eso basta para levantarse.
No por obligación.
Sino por deseo.


Porque a veces,
volver a sentir
es volver a vivir.


La que estaba cansada de estar cansada


No era que no quisiera.
Era que no podía más.

Cada tarea parecía una montaña.
Cada mensaje, una carga.
Cada decisión, una guerra.

Vivía en modo mínimo.
Y eso la hacía sentir inútil.

Hasta que alguien le dijo:

“Sobrevivir también es un logro.”

Y ese día, se dio permiso.
De parar sin culpa.
De descansar sin justificarse.

Y cuando se quitó la presión…
la energía volvió.
Poco a poco.

Suave.
Honesta.


El que nunca terminaba nada


Comenzaba proyectos con entusiasmo.
Pero a mitad de camino… se apagaba.

Lo llamaban irresponsable.
Pero en el fondo,
era inseguro.

Porque terminar algo significaba
enfrentarse al juicio.
Y él prefería abandonarse a sí mismo
antes de enfrentar el rechazo de otros.

Hasta que alguien leyó uno de sus borradores,
y dijo:

“No tienes que gustarles a todos.
Pero esto… ya es suficiente.”

Y por primera vez,
se permitió cerrar algo.

Publicar algo.
Mostrar algo.

Y descubrió que terminar…
también puede sanar.


La que vivía esperando el momento ideal


Cuando tuviera energía.
Cuando pasara el estrés.
Cuando todo estuviera en orden.

Ese “cuando” nunca llegaba.
Y los días se le escurrían.

Hasta que un día, simplemente dijo en voz baja:

“Estoy viva hoy.
Aunque sea un poco.”

Y ese poco fue suficiente para escribir una línea.
Hacer una llamada.
Salir cinco minutos.

El resto vino después.
Como siempre viene
lo que nace desde la compasión.


El que pensaba que no era pereza, sino que simplemente era así


Se había resignado.
A no cambiar.
A no crecer.
A no intentar.

Decía que la gente activa era otra especie.
Que él era flojo, punto.

Pero un día, su sobrina le dijo:

“Tío,
¿puedes jugar conmigo cinco minutos?”

Y él dijo que sí.
Y jugaron media hora.
Y se rieron.

Y por primera vez en mucho tiempo…
se sintió útil.

Y entendió:
No es que no podía.
Es que necesitaba una razón
que tuviera sentido para su alma.


Pereza no es debilidad.


Es agotamiento acumulado.
Es cuerpo en modo ahorro.
Es alma sin motivación porque todo dolía demasiado.

No es falta de fuerza.
Es exceso de peso.

Pero incluso ahí, en esa parálisis,
existe algo vivo.
Una chispa.
Una idea.
Un susurro que dice:

“No tienes que correr.
Solo dar un paso.”

Y a veces, ese paso…
es simplemente quedarse.
Respirar.

Y creer que otro día es posible.


Ahora respira...

Estos son 7 de los 49 rostros del dolor.
No es que no se vean.
Es que a veces se confunden cansancio, con falta de interés, con dejadez.
Pero no todo lo que parece flojera… es pereza.
Y no todo lo que se detiene… está perdido.

Hoy miramos el dolor que se disfraza de apatía.
Ese que no se mueve no porque no quiera,
sino porque ya no puede más.
Ese que posterga sueños, llamadas, encuentros…
no por falta de ganas,
sino por falta de esperanza.

Parte de la serie “Infiernos íntimos”:
cuentos sobre cómo se rompe el alma
cuando nadie la escucha. Ni uno mismo.

Si este relato te tocó, sigue explorando.
Cada historia es una grieta distinta…
Una oportunidad para mirar…
sin miedo.


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