Los números y maneras de interpretarlos para dar un sentido al dolor

Del fuego de 1666 nació la transfusión; del dolor, el conocimiento; del pecado, la narrativa. Los números no solo marcan el tiempo: revelan verdades. A veces arder es el primer paso hacia la redención.

Los números y maneras de interpretarlos para dar un sentido al dolor

Los números no solo cuentan el tiempo: también revelan cómo transformamos el dolor en conocimiento.

Algo que parece biológico a través de varias especies, al menos en los mamíferos, es la necesidad de darle un sentido a cualquier estímulo, especialmente al dolor. En los animales puede ser difícil de imaginar, así que centrémonos en nuestra especie.

Los humanos, frente a un estímulo, tendemos a construir una narrativa que lo explique. Por ejemplo: un cosquilleo en la piel. Lo más común es pensar: “será un insecto”. A veces lo apartamos sin mirar; otras, lo observamos. Puede ser una mariquita o una abeja. Y si al intentar apartarla nos pica, la próxima vez miraremos antes.

De ahí nacen muchas ideas que hoy se consideran pseudociencias: narrativas que buscan explicar lo que no podemos comprobar ni desmentir científicamente. Eso no las hace ciertas, pero sí fascinantes.

Todos hemos notado lo curioso del número siete (7): los siete colores del arcoíris, los siete pecados capitales (de los que hablamos en Infiernos Íntimos del Pecado), los siete días en los que Dios creó el universo… Incluso el litio-7, un isótopo usado en medicina para estabilizar pacientes con trastorno bipolar.

En la tradición cristiana, el 777 se asocia con lo divino, lo sagrado, lo espiritual. En cambio, el 666 carga con la fama de lo demoníaco.

Mi curiosidad me llevó inicialmente a la historia. El Imperio Británico empujó la abolición de la esclavitud, en parte por influencia de la iglesia, y su hegemonía hizo que el mundo se alineara. Ahí encontré algo llamativo: en 1777, Vermont (EE. UU.) dio los primeros pasos hacia la abolición. Curioso número, ¿no? Para mí es casi una muestra de conexión humana impulsada por un ideal superior, religioso o espiritual.

Ese detalle me dejó pensando: si el 777 se vincula con lo sagrado, la empatía y el amor… ¿Entonces el 666 qué significa?

En el año 1666, Europa ardía: peste, guerras, incendios en Inglaterra, batallas navales. Dolor, muerte y sufrimiento. El mal en su estado más puro, casi digno del mito satánico.

Ahí recordé el satanismo: no como culto al mal, sino como símbolo de que el conocimiento nos hace libres. Jesús mismo lo dice: “la verdad os hará libres”. En el mito del Edén, Adán y Eva comieron del fruto prohibido y descubrieron el dolor, no solo el pecado. Fue la primera lección: del dolor nace conocimiento.

Y entonces la pregunta: ¿qué conocimiento brotó del sufrimiento de 1666?
La respuesta: la semilla de la medicina moderna.

En 1667, apenas un año después, se hizo la primera transfusión de sangre de animal a humano.
En 1818, la primera transfusión de humano a humano para salvar a una mujer con hemorragia posparto.
Diez años después del “año satánico”, comenzaron las primeras investigaciones sobre microorganismos, y aprendimos algo básico: un médico no podía hacer una autopsia y después asistir un parto sin lavarse las manos.

Que haya o no una relación numerológica es irrelevante. Lo importante es la narrativa que damos al dolor. El año 1666 fue para Europa un infierno, pero de esas cenizas nació algo distinto: el impulso de entender el cuerpo, la enfermedad, la sangre, lo invisible. De ahí emergió la medicina moderna, capaz de salvar millones de vidas.

Ese sentido se puede leer desde el cristianismo, el islam, el hinduismo, el budismo, el taoísmo… o incluso desde el satanismo. Todas son narrativas diferentes para darle sentido a lo insoportable.

Al final, lo que importa no es el número, sino lo que hacemos con el dolor. Muchas veces se trata de aceptar y comprometernos a sacar lo mejor de él. En ocasiones pensamos en la necesidad de justicia:

Si cree en un ser superior, puede confiar en que él se encargará.
Si no, puede apoyarse en ideas como el karma o en la simple tendencia de la vida a equilibrarse.
Y si nada de eso lo convence, aún queda lo más humano: transformar el dolor en acción y en cuidado, para que la injusticia que marcó no tenga la última palabra.

Si esta historia te tocó, recuerda: siempre habrá alguien con quien conectar.

Quedan grietas por recorrer, relatos que laten con dolor y memoria, quizás puedan darnos un espejo. Suscríbete: no ofrezco remedios rápidos, pero sí compañía para nombrar lo que duele… y tal vez empezar a transformarlo.

¿Conoces a alguien que podría encontrar sentido en estas palabras?
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