Cuando el deseo enciende cuerpos… y apaga almas
No todo lo que excita sostiene. Y no todo lo que toca… abraza.
El que se acostaba con todos, pero no se dormía con nadie
Tenía facilidad.
Mirada intensa.
Palabras certeras.
Siempre encontraba con quién.
Siempre había cama.
Cuerpos.
Ruido.
Pero al amanecer,
el silencio era brutal.
El vacío, más grande.
Porque no buscaba orgasmos.
Buscaba pertenecer.
Y nadie se queda
cuando uno no se queda consigo.
Un día, después del sexo, alguien le dijo:
“No sé si te gusto…
o solo no quieres estar solo.”
Y se le cayó el personaje.
Porque era cierto.
Y dolió.
Pero también… fue el inicio.
La que creía que su cuerpo era lo único valioso
Aprendió que la atención era moneda.
Que si gustaba, importaba.
Que si excitaba, merecía quedarse.
Nunca le dijeron que tenía valor por estar viva.
Solo por complacer.
Y así se convirtió en fuego para otros,
pero en ceniza para sí misma.
Hasta que alguien le dijo,
mientras la miraba sin tocarla:
“Puedes decir no.
Yo me quedo igual.”
Y no supo qué hacer.
Porque nadie se había quedado por ella.
Solo por lo que ofrecía.
Ese día no hubo sexo.
Solo abrazo.
Y por primera vez…
eso bastó.
El que era adicto al deseo, pero incapaz de intimar
Seducía.
Jugaba.
Cazaba.
Pero apenas el otro abría el alma…
huía.
No soportaba el amor.
Porque el amor no se controla.
Y él…
solo se sentía seguro dominando.
Hasta que se enamoró.
Sin querer.
Sin plan.
Y esa persona lo miró con ternura y le dijo:
“No tienes que ser intenso para que te quieran.
Solo tienes que quedarte.”
Y se quedó.
Temblando.
Pero real.
La que decía “me gusta el sexo”, pero en el fondo quería ser vista
Tenía citas.
Tenía historias.
Tenía anécdotas picantes para contar.
Pero nadie conocía su habitación con luz prendida.
Nadie sabía cómo sonaba su risa sin filtro.
Cada encuentro era una performance.
Y cada despedida, un microduelo.
Hasta que una amiga la abrazó después de una ruptura y le dijo:
“Tú no estás rota.
Solo estás cansada de fingir que no necesitas más.”
Y ahí entendió.
Que no buscaba placer.
Buscaba descanso.
Y empezó a decir lo que quería.
Y lo que no.
Y eso…
fue más íntimo que el sexo.
El que confundía intensidad con amor
Pasión.
Locura.
Drama.
Camas incendiadas.
Todo a mil.
Todo urgente.
Todo efímero.
Y cuando se iba, decía:
“No funcionó.
No era real.”
Pero sí lo era.
Solo que confundía deseo con destino.
Y química con conexión.
Un día alguien le dijo:
“Yo no quiero intensidad.
Quiero constancia.”
Y al principio pensó que era aburrido.
Hasta que entendió que paz también puede ser excitante.
Si uno se atreve a quedarse.
La que usaba el sexo como escape, pero soñaba con que alguien le dijera “quédate”
No lo decía.
Pero cada vez que se vestía después,
quería que alguien le dijera:
“No te vayas.”
Nunca pasó.
Hasta que alguien lo dijo.
Y en lugar de quedarse, huyó.
Porque no sabía qué hacer con algo tan simple.
Tan tierno.
Tan real.
Lloró.
Se odió.
Y luego se perdonó.
Porque se dio cuenta:
No era miedo al amor.
Era miedo a merecerlo.
Y desde entonces,
no espera que se lo digan.
Ahora… se lo dice a sí misma.
El que no podía tocar sin desconectarse
Tenía técnica.
Tenía estilo.
Tenía fama.
Pero cada encuentro lo dejaba más solo.
Más lejos de sí.
Su cuerpo hacía,
pero su alma no estaba.
Era una actuación.
Una estrategia.
Hasta que alguien, en mitad del acto,
le tocó el rostro y dijo:
“No estás aquí.
¿Quieres parar?”
Y sí.
Quería.
Quería parar desde hace años.
Parar de fingir.
Parar de escapar.
Parar de usar el cuerpo como máscara.
Y desde entonces,
ya no busca encender a todos.
Solo conectar con uno.
Lujuria no es deseo.
Es desconexión camuflada.
Es buscar contacto sin sostén.
Es entregarse para llenar un hueco…
que solo se sana con presencia.
El placer no es el enemigo.
La urgencia sí.
La idea de que uno tiene que ser intenso para ser amado.
Disponible para ser querido.
Deseado para no ser invisible.
Pero hay un amor…
que no te pide fuego.
Solo verdad.
Y cuando llega,
no te quema.
Te enciende.
Ahora respira...
Estos son 7 de los 49 rostros del dolor.
No es que no se vean.
Es que a veces se confunden con caricias, con orgasmos, con adrenalina.
Pero no todo lo que excita… sostiene.
Y no todo lo que toca… abraza.
Hoy miramos el dolor que se disfraza de deseo.
Ese que ofrece el cuerpo esperando ser amado.
Ese que colecciona encuentros,
cuando lo que anhela, en el fondo, es ser sostenido.
Parte de la serie “Infiernos íntimos”:
cuentos sobre cómo se rompe el alma
cuando nadie la escucha. Ni uno mismo.
Si este relato te tocó, sigue explorando.
Cada historia es una grieta distinta…
Una oportunidad para mirar…
sin miedo.
¿Conoces a alguien que se identificaría con uno de estos cuentos?
Comparte estos cuentos:
Facebook | _X_ | WhatsApp