Cuando el cuerpo se llena… para no sentir el vacío

Hay vacíos que no se llenan comiendo, consumiendo o queriendo más. Solo nombrándolos.


El que comía sin hambre


Siempre tenía algo en la boca.
Un bocado. Un cigarro. Un café. Un dulce.
Algo que le impidiera sentir.
No era gula por placer.
Era defensa.
Era una manera de estar ocupado,
de estar lleno,
de no pensar.

Un día, a mitad de un atracón, se detuvo.
No por saciedad.
Sino porque se sintió solo.
Y se dio cuenta de que no quería comida.

Quería abrazo.
Quería pausa.
Quería descanso.

Lloró.
No por engordar.
Sino por no haberse sentido suficiente con el estómago vacío.


La que se llenaba de todo lo que no necesitaba


Tragaba.
Publicaba.
Se acostaba con quien no le gustaba.
Comía sin hambre.
Repetía historias.
Se recargaba de lo que la drenaba.

Lo quería todo:
en la boca,
en la piel,
en la mente.

Pero nada le bastaba.
Porque su apetito no era por cosas o placer.
Era por sentido.

Un día, en medio de una fiesta ruidosa,
se vio sonriendo como si nada.
Y por dentro, gritando.

Salió.
Caminó.
Apagó el celular.
Y escribió una sola frase:

“Estoy llena. Pero vacía.”

Y desde ese día, empezó a vaciarse.
No de amor.
Sino de ruido.


El que trabajaba sin parar


Horas extras.
Proyectos nuevos.
Siempre “ocupado”.
Siempre con algo que hacer.

Decía que era ambición.
Pero en el fondo, era huida.
Porque si paraba…
tenía que sentir.
Y si sentía…
el muro se caía.

Hasta que su cuerpo le dijo basta.
Un colapso.
Una noche sin poder respirar.

Y la pregunta que lo rompió:

“¿Quién serías si no produjeras nada?”

No supo.
Y por ahí empezó.
No por la productividad.
Sino por la pregunta.


La que confundía placer con alivio


No buscaba orgasmos.
Buscaba escape.
Cada cuerpo era una tregua de sí misma.
Cada noche, una evasión disfrazada de deseo.
Y luego…
silencio.

Frío.
Nada.

Un día, alguien se quedó después.
No pidió más.
Solo le acarició la espalda y dijo:

“No tienes que dar nada para que me quede.”

Y no supo qué hacer.
No supo qué decir.
Lloró en silencio.
Porque por primera vez,
no fue objeto.
Fue persona.


El que se llenaba de noticias, dramas y escándalos


Siempre sabía lo que pasaba.
Todo.
Política.
Farándula.
Crisis.

Opinaba de todo.
Discutía por todo.
Vivía encendido.

Decía que era conciencia.
Pero era ansiedad disfrazada de indignación.
No podía mirar hacia adentro.
Porque adentro…
había preguntas sin respuesta.

Hasta que un amigo le dijo:

“¿Qué pasa cuando apagas todo eso?”

Y lo intentó.
Una hora.
Dos.
Días.

Y en ese silencio,
escuchó algo que llevaba años ignorando:
su propio dolor.


La que no sabía decir no


Decía que sí a todo.
Ayudaba.
Escuchaba.
Estaba.

Y cada vez
se vaciaba un poco más.

Y para compensar…
comía.
Compraba.
Reía más fuerte.

Todo para no sentir
que se estaba desapareciendo.

Un día, en medio de una reunión,
se levantó sin avisar.

Fue al baño.
Se miró al espejo.
Y dijo en voz baja:

“No quiero estar aquí.”

Y no volvió.
No por enojo.
Por amor propio.


El que se atragantaba de emociones


Tenía tantas emociones dentro…
que todo se le quedaba en el estómago.

Tristeza.
Rabia.
Culpa.
Vergüenza.

Y lo disfrazaba de hambre.
De “solo un antojo”.
De “me lo merezco”.

Hasta que su hija pequeña le dijo:

“Papi, ¿estás triste cuando comes solo?”

Y no supo qué decir.
Porque sí.
Sí lo estaba.

Y en esa verdad tan pequeña…
empezó la reparación.


Gula no es exceso.


Es carencia mal entendida.
Es el intento desesperado
de calmar una herida con estímulo.

Pero nada llena un vacío existencial…
si no se reconoce primero.

Gula no es un pecado.
Es una señal.
Una bandera roja que dice:

“Estoy buscando algo.
Pero no sé cómo pedirlo.”

Y cuando uno empieza a nombrarlo,
a distinguir hambre de ansiedad,
placer de castigo,
llenura de amor…

Entonces, por fin,
puede saciarse.
De verdad.


Ahora respira...

Estos son 7 de los 49 rostros del dolor.
No es que no se vean.
Es que a veces se confunden con placer, con éxito, con llenar vacíos.
Pero todo lo no dicho…
se manifiesta.

Hoy miramos el dolor que se disfraza de hambre.
Ese que traga emociones, atención o consumo
cuando lo que necesita, en el fondo, es ser nombrado.

Parte de la serie “Infiernos íntimos”:
cuentos sobre cómo se rompe el alma
cuando nadie la escucha. Ni uno mismo.

Si este relato te tocó, sigue explorando.
Cada historia es una grieta distinta…
Una oportunidad para mirar…
sin miedo.


¿Conoces a alguien que se identificaría con uno de estos cuentos?
Comparte estos cuentos:
Facebook | _X_ | WhatsApp