Cuando el miedo a necesitar… te llena de lo que no puedes soltar
Guardar tanto por miedo a necesitar… a veces impide recordar cómo se vive.
El que contaba hasta los abrazos
No era tacaño con dinero.
Era tacaño con afecto.
Medía cuánto daba.
Cuánto compartía.
Cuánto exponía.
Tenía una frase favorita:
“No quiero deberle nada a nadie.”
Y lo cumplía.
A rajatabla.
Hasta que alguien que amaba se fue.
No por falta de amor.
Sino por falta de gesto.
Le dejaron una nota:
“No quiero que me des todo.
Quiero que me des algo.”
Y ahí entendió.
Que el amor no se guarda.
Se gasta.
O se pierde.
La que no pedía ayuda nunca
Podía sola.
Siempre.
Hasta cuando se deshacía.
No quería deber favores.
No quería que la vieran frágil.
Prefería desvelarse, romperse, agotarse…
antes que decir:
“¿Puedes estar para mí?”
Un día, cayó.
Literalmente.
Y alguien la levantó sin decir nada.
Solo la sostuvo.
Ella lloró.
Porque no entendía cómo alguien podía ayudarla sin esperar algo a cambio.
Y en ese llanto, soltó años de autosuficiencia forzada.
Porque entendió que recibir también es un acto de amor.
El que guardaba todo "por si acaso"
Dinero, comida, ropa vieja, resentimientos, excusas.
Decía que era precavido.
Pero lo que tenía era terror al vacío.
Cada objeto era un “por si no hay después”.
Cada relación, un “por si no me vuelven a querer”.
Hasta que su casa se volvió invivible.
Llena.
Saturada.
Estéril.
Y un día, tiró una caja.
Solo una.
Con cosas que no usaba,
pero que le recordaban una vida que ya no era suya.
Y en ese acto mínimo, respiró diferente.
Porque al soltar…
se liberó.
La que decía que el amor era un lujo que no podía permitirse
Decía que estaba enfocada.
Que ahora no era el momento.
Que primero venía su crecimiento, su estabilidad, su plan.
Pero en el fondo, tenía miedo.
Miedo de entregar algo que luego no pudiera recuperar.
Y así pasaban los años.
Éxitos.
Logros.
Soledad.
Hasta que se enamoró.
Y dijo:
“No puedo darlo todo.”
Y esa persona le respondió:
“No quiero todo.
Quiero lo que sea real.”
Y por primera vez, no lo vio como pérdida.
Lo vio como inversión.
De alma.
El que daba… pero esperaba siempre algo a cambio
No era generoso.
Era estratégico.
Escuchaba, ayudaba, resolvía…
pero guardaba cada gesto en una cuenta mental.
Esperando que le devolvieran el favor.
El cariño.
La validación.
Hasta que alguien le dijo:
“No sé si me estás dando amor…
o factura.”
Y le dolió.
Porque era cierto.
Y entendió que dar sin esperar no es debilidad.
Es libertad.
Desde entonces, da menos.
Pero lo da limpio.
Sin cadena.
Sin boomerang emocional.
La que acumulaba relaciones
Amigos.
Ex.
Contactos.
Tenía a todos,
pero no conectaba con nadie.
Le daba pánico perder vínculos.
Incluso los que ya no servían.
Incluso los que dolían.
Prefería estar atada… que sola.
Porque en el fondo,
creía que si soltaba…
nunca volvería a tener.
Hasta que alguien la dejó.
Sin drama.
Sin odio.
Solo se fue.
Y no hubo forma de retenerlo.
Y ahí entendió:
Lo que no fluye…
se estanca.
Desde entonces, deja ir.
Con miedo.
Pero con fe.
Porque aprendió que
no todo lo que se suelta se pierde.
A veces, se aligera.
El que tenía miedo de sentir plenitud
Siempre quería más.
Más metas.
Más logros.
Más validación.
Nunca bastaba.
Porque bastar… era peligroso.
Bastar significaba detenerse.
Y detenerse… significaba mirar dentro.
Y si miraba dentro,
¿y si no había nada?
Así que seguía.
Acumulando.
Corriendo.
Hasta que llegó a la cima de algo.
Y no sintió nada.
Vacío.
Y por primera vez,
no buscó otra meta.
Buscó ayuda.
Y desde entonces, no acumula trofeos.
Colecciona instantes.
Pequeños.
Verdaderos.
Y, a veces,
se permite sentir
que ya es suficiente.
Avaricia no es solo guardar dinero.
Es guardar tanto por miedo a necesitar…
que se olvida lo que es vivir.
Es la prisión del “por si acaso”.
Es pensar que el amor, la alegría o la presencia
son recursos limitados.
Pero si uno se atreve a soltar,
a confiar,
a dar sin contabilidad emocional…
Empieza a descubrir lo contrario:
Que lo más valioso…
se multiplica cuando se comparte.
Ahora respira...
Estos son 7 de los 49 rostros del dolor.
No es que no se vean.
Es que a veces se confunden con previsión, con disciplina, con éxito.
Pero no todo lo que se guarda… protege.
Y no todo lo que se acumula… sostiene.
Hoy miramos el dolor que se disfraza de control.
Ese que guarda afecto, tiempo y ternura “por si acaso”.
Ese que colecciona cosas, personas o logros,
cuando lo que anhela, en el fondo, es sentirse seguro.
Parte de la serie “Infiernos íntimos”:
cuentos sobre cómo se rompe el alma
cuando nadie la escucha. Ni uno mismo.
Si este relato te tocó, sigue explorando.
Cada historia es una grieta distinta…
Una oportunidad para mirar…
sin miedo.
¿Conoces a alguien que se identificaría con uno de estos cuentos?
Comparte estos cuentos:
Facebook | _X_ | WhatsApp